Historias Políticas

La “pescozada” que le salvó la vida a la familia
Viernes, 13 Agosto 2010


Por Bernardo Menjívar

La primera frase que el sujeto le dijo fue: “al fin caíste Moisés”. De inmediato él sintió que le hervía la sangre…

SAN SALVADOR - A inicios de la década de los ochenta en muchas zonas rurales de nuestro país las familias se habían visto obligadas a abandonar sus hogares debido a la persecución de los cuerpos represivos del gobierno, que por sospechas de ser colaboradores del movimiento guerrillero eran perseguidos y asesinados sin seguir ningún proceso investigativo que comprobara dichas sospechas, ni mucho menos un juicio justo.

Mi familia no había sido la excepción a esas condiciones de represión y persecución y era una de esas familias que habían abandonado su hogar y tenido que buscar refugio en lugares más seguros, algunos de mis hermanos se habían trasladado a otros departamentos del país y en el caso de mis padres y una hermana menor se habían refugiado en el primer campamento guerrillero de la zona ubicado en el cantón El Jícaro, jurisdicción de Chalatenango y colaboraban en actividades de cocina para alimentar a los combatientes.

De vez en cuando mi madre junto a mi padre visitaban la casa abandonada para alimentar a animales de corral que habían quedado todavía en el lugar y buscar algunos alimentos, uno de esos días cuando se encontraban dentro de la vivienda fueron sorprendidos por miembros de la Guardia Nacional quienes se hacían acompañar de “orejas” que eran individuos pertenecientes a una organización paramilitar llamada ORDEN que se dedicaban a señalar a personas conocidas que ellos consideraban que eran subversivos y a cambio recibían recompensas económicas y protección de los cuerpos represivos.

Algunos de los “orejas” que acompañaban a los Guardias ese día eran conocidos y hasta familia de mi padre, entre ellos andaba un sujeto llamado “Manuel Centavo”, hijo de una prima de mi padre con quien él había tenido problemas personales algunos años antes debido a que este tipo era mafioso en los negocios y le había hecho una mala jugada en un trato de compra y venta de ganado que habían realizado. Por supuesto, esta enemistad se había acrecentado con el tiempo debido a los rumbos que cada uno había tomado; por un lado, mi padre era líder comunitario en las organizaciones campesinas de izquierda de la zona y por el otro, “Manuel Centavo” se dedicaba a perseguir y señalar a personas organizadas.

Ese día se encontraron cara a cara y cuenta mi padre que la primera frase que el sujeto le dijo fue: “al fin caíste Moisés”. De inmediato él sintió que le hervía la sangre y lo invadió la impotencia de sentirse indefenso ante la presencia de no menos de veinte Guardias y varios miembros de ORDEN, pero de inmediato sin pensarlo mucho reaccionó y antes de permitir que lo amarraran con las manos atrás le soltó con todas sus fuerzas un puñetazo al sargento que lo sujetaba y con la misma se lanzó a una vaguada que se formaba entre la casa y una quebrada aledaña y comenzó a rodar y a correr sin parar y de inmediato se armó la balacera y la persecución.

Como consecuencia del forcejeo con los Guardias que lo sujetaban y la caída al lanzarse al barranco sufrió heridas en la cara que le iban sangrando, lo cual hizo creer a los Guardias que lo habían impactado con los disparos y pensaron que pronto lo encontrarían muerto o herido en el camino, pero afortunadamente no fue así, sino todo lo contrario, la hazaña realizada al enfrentarse a sus captores le salvó su vida, le salvó la vida a mi madre y hermana que fueron abandonadas por los Guardias en la casa por dedicarse todos a la persecución de mi padre. Ellas aprovecharon para huir hacia unos matorrales cercanos y además la balacera sirvió de aviso para que en el campamento guerrillero del Jícaro todos se pusieran en alerta y se apostaran con las pocas armas que ya poseían a esperar la llegada de los Guardias y sus acompañantes y no los agarraran desprevenidos y también le sirvió de aviso a toda la población de la zona para que huyeran de sus hogares y salvaran sus vidas.

Cuando los Guardias perseguían a mi padre se encontraron con dos jóvenes Lucia de aproximadamente 20 años y Lilian, de 15; a la primera la asesinaron cobarde y cruelmente cortándole el cuello y Lilian que tuvo el valor de correr únicamente fue alcanzada por un disparo en un brazo que estuvo a punto de perder, pero al menos logró salvar su vida en esa oportunidad, aunque lamentablemente la perdió algunos años después en un combate en una zona del departamento de Cabañas.

Los Guardias y paramilitares sufrieron en el enfrentamiento con las fuerzas guerrilleras que los recibieron en el Jícaro varias bajas entre muertos y heridos y además recibieron la lección de que ya no volverían a ensañarse con personas indefensas, que estaba surgiendo en ese lugar un ejército guerrillero que los iba a defender y a luchar por cambiar esa realidad aberrante de aquellos días.

Mi padre ahora a sus ochenta y dos años aún se emociona cuando recuerda aquel feroz combate que libró cuerpo a cuerpo en condiciones desiguales con la temida Guardia Nacional y del cual salió triunfante.